miércoles, 2 de abril de 2014

Libro 18. Buenas Esposas. Louisa May Alcott.


No encontré la sinopsis de este libro pero es la segunda parte de “mujercitas” y me ha encantado! es un libro hermosísimo que tocó profundamente mi corazón, me hizo sentir muchísimas emociones, sentí dolor y coraje cuando Jo bateó a Laurie, pero me reconcilie con Amy que nunca me cayó muy bien que digamos jajaja y la Sra March! wow! que señora tan admirable! lloré como magdalena cuando murió Beth y cada vez que la recordaban yo también sentía melancolía y un nudo en la garganta!
los últimos capítulos me la pase llorando ante tanta belleza! como Meg recuperó a su marido gracias al sabio consejo de su mamá y todo el romance de jo y el profesor y la parte cuando ella le dice que sus manos ya no están vacías (una de mis escenas favoritas en la peli) me hicieron estallar de emoción.
es un libro increíble! un verdadero ejemplo de una familia feliz, aceptando las naturalezas de cada uno de sus miembros y sin caer en la cursilería excesiva! definitivamente uno de mis favoritos y que atesoraré en mi corazón y apuesto a que lo releeré varias veces!
cuotes:
+Jhon era un hombre manso pero era también humano, y después de un largo día de trabajo, venir a casa con hambre, cansado y lleno de esperanzas y encontrarse la casa hecha un caos, la mesa vacía y una esposa histérica no son incentivos para la serenidad de ánimo o de modales.
+Josefina March, ¡tu testarudez es como para provocar a un santo! Me imagino que no querrás salir a hacer visitas con esa facha —gritó Amy contemplándola azorada.
—¿Y por qué no? Estoy limpia, fresca y cómoda y mi vestimenta es perfectamente adecuada para hacer largas caminatas por los senderos polvorientos con este día de calor. Si la gente se fija más en mi ropa que en mí misma, no tengo el menor interés en visitarlos. Tú puedes empaquetarte por las dos y ponerte tan elegante como desees; a ti te sienta bien eso; a mí no, y los firuletes y adornos sólo consiguen fastidiarme.
+Así partió Amy a encontrar el viejo mundo, que siempre aparece joven y hermoso a los ojos jóvenes, mientras su padre y su amigo la miraban desde tierra deseando con fervor que no encontrase a su paso más que buena suerte.
+¡Ah, Jo querida, las madres pueden diferir mucho en sus «manejos», como tú les llamas, pero la esperanza es siempre la misma en todas: el deseo de ver a sus hijos felices! Meg lo es y yo estoy contenta de su éxito. A ti te dejo que disfrutes de tu libertad hasta que te canses de ella, pues sólo entonces vas a descubrir que hay algo más dulce en la vida.
+ Está fuera todo el día, naturalmente, y por la noche, cuando quiero estar con él, se va continuamente a casa de los Scott. No es justo que yo tenga que hacer todo el trabajo más difícil y que no me divierta nunca. Los hombres son todos unos egoístas, aun los mejores.
—También lo son las mujeres; no le eches la culpa a Juan hasta no saber en qué fallaste tú.
—Pero no puede estar bien que él me desatienda.
—¿Acaso no lo desatiendes tú a él?
—Pero, mamá, yo creía que te pondrías de mi lado...
—Y así es en cuanto a lamentar todo esto, pero creo que la culpa es tuya, Meg.
—No veo en qué he podido fallar yo.
—Permíteme que te lo señale, querida: ¿Acaso Juan te desatendió —como, tú dices— cuando te hacías la obligación de ofrecerle tu compañía por las noches, que son sus únicas horas libres?
—No, es verdad; pero ¿como puedo seguir haciéndolo  con dos bebés que cuidar?
—Me parece que sí podrías... y es más, creo que debes hacerlo. ¿Quieres que te hable con entera libertad? Quiero que recuerdes que se trata de la mamá que te censura tanto como la que te compadece.
—Ya lo creo, mamá. Háblame, te lo ruego, como si se tratara de Meg cuando chica. A menudo pienso que cuando más necesito que me enseñen es ahora que estos pergeños dependen de mí para todo.
—No has cometido mayor error, querida Meg, que el de tantas jóvenes esposas: olvidar tus deberes para con tu marido en el amor de tus hijos. Un error muy natural y perdonable, pero que es mejor corregir y remediar antes de que tú y John tomen cada uno por distinto camino, porque los hijos deben unirlos más estrechamente que nunca en lugar de separarlos como si fuesen únicamente tuyos y que Juan no tuviese otra cosa que hacer que mantenerlos. Lo vengo viendo desde hace varias semanas, pero no quise decir nada porque estaba segura de que todo se arreglaría con el tiempo.
—Me parece que no, mamá. Si ahora le pido a John que no salga creerá que estoy celosa, y no quiero hacerle semejante insulto. Él no se da cuenta de que lo necesito y no sé cómo hacérselo saber sin palabras.
—Hazle la casa tan agradable que no le den ganas de salir. Estoy segura que tu Juan está anhelando su hogar, pero sin ti no es tal hogar y tú estás siempre en la «nursery».
—¿Acaso no es mi deber estar ahí?
—No todo el tiempo; el demasiado encierro te pone nerviosa y entonces no estás buena para nada.
Pero más importante aún es el hecho de que te debes a John, además de a los nenes. No descuides al marido por los hijos y no le cierres a él las puertas de la «nursery», sino que debes enseñarle el modo de ayudarte respecto a los niños. Su lugar es allí igual que el tuyo y los chicos lo necesitan también a él; déjale sentirse parte de todo ese mundo y ¡verás cómo todo va mejor para ustedes cuando eso ocurra!
¿Lo crees así, madre?
—Lo sé positivamente, Meg, pues cuando tú y Jo eran chicas hice lo mismo que tú ahora. Tu pobre padre se dedicó a sus libros, después de haberle rechazado todo ofrecimiento de ayuda. Me dejó que probara sola mi experimento. Luché todo lo que pude, pero Jo era un caso difícil, y casi la echo a perder consintiéndola demasiado. Tú no eras muy fuerte y yo me preocupaba tanto por tu salud que casi me enfermo yo. Ahí fue que papá vino en mi ayuda y me salvó, manejando con calma las cosas y haciéndose tan indispensable que yo me percaté de mi error y nunca más he podido pasarme sin él. Ése es el secreto de la felicidad de nuestro hogar: él no permite que su trabajo le enajene los pequeños cuidados y deberes que nos afectan a todos, y por mi parte trato de que las preocupaciones domésticas no destruyan mi interés por sus empresas. Cada uno realiza su papel solo en muchas cosas, pero en casa obramos siempre juntos.
—Así es, mamá. Ojalá pudiese yo ser para mi marido y mis hijos lo que tú has sido para los tuyos.
Enséñame cómo proceder y voy a hacer todo cuanto me indiques.
—Siempre fuiste dócil, Meg; ¡así me gusta! Bueno, la cuestión es que Juan tenga más que ver con el manejo de Demi, por ejemplo, pues un varón necesita una formación especial y nunca es demasiado pronto para empezarla. Luego, si yo estuviese en tu lugar, haría lo que te he propuesto tantas veces: dejar que venga Ana a ayudarte; sabes que es una niñera excelente y puedes confiarle los chicos sin temor mientras tú haces más del trabajo de la casa, pues te está haciendo falta el ejercicio. Para Ana será un descanso y Juan recobrará a su mujer. Tienes que salir más para mantenerte alegre, ya que siempre debes ser portadora de alegría a la familia, y no la habrá si tú estás triste. Además, querida, trata de interesarte por cualquier cosa que concierna a John... conversa con él... deja que él te lea... intercambien ideas... no cometas el error de encerrarte en un estuche porque seas mujer sino que debes interesarte por todo lo que pasa y educarte para tomar parte en la obra del mundo, pues todo cuanto sucede os afecta a ti y a los tuyos.
—¡Juan es tan inteligente! Tengo miedo de que me crea estúpida si le hago preguntas sobre política y esas cosas.
—No lo creo... El amor cubre montones de faltas, y ¿a quién podrías preguntar nada con mayor libertad que a él? Prueba, y ¡verás si no encuentra Juan tu compañía más agradable que las cenas de la señora de Scott!
+Prueba, por lo menos. No tienes por qué encogerte de hombros como diciendo que yo no sé nada de esas cosas. No pretendo saber mucho de la vida, pero soy observadora y veo mucho más de lo que tú te imaginas: ama a Jo todos los días de tu vida si así lo quieres, pero no dejes que eso arruine tu vida, pues es una picardía echar a rodar tantas dotes como tú posees únicamente porque no puedes obtener una sola cosa que se te niega.
+ Remaba bien como hacía tantas otras cosas y aunque usaba las dos manos y Laurie una sola, los remos guardaban buen ritmo y el bote se deslizaba suavemente por el agua.
—¡Qué bien andamos los dos juntos!, ¿eh? —dijo Amy, que en ese momento consideraba peligroso guardar silencio.
—Tan bien que me gustaría que continuáramos siempre remando en el mismo bote. ¿Lo quieres así, Amy? —preguntó tiernamente.
—Sí, Laurie —respondió ella muy por lo bajo.
Pararon de remar e, inconscientemente, añadieron un bonito cuadro de amor y felicidad humanos a los bellos paisajes que se disolvían reflejados en el agua del lago.
+ El matrimonio es una gran cosa, después de todo. Me intriga saber si yo prosperaría como tú si me animara a probarlo —decía Jo mientras construía una cometa para Demi en la revuelta «nursery».
—Es justamente lo que necesitas para que salga a luz la mitad tierna y femenina de tu naturaleza, Jo.
+ Es hermoso ser amada como me quiere Laurie.
No se pone sentimental ni dice muchas cosas, pero lo veo y lo siento en todo lo que hace y dice y me hace tan feliz y tan humilde que no parezco la misma chica de antes. Nunca supe hasta ahora lo tierno, lo generoso, lo bueno que es, porque me deja que le lea el corazón y lo encuentro lleno de impulsos nobles... de esperanzas, de propósitos y me pone muy orgullosa saber que ese corazón es mío. ¡oh, mamá, nunca creí que este mundo pudiese ser tan parecido al cielo cuando dos personas se quieren y viven uno para el otro.»
+ Rara vez sucede que semejante perspectiva atraiga a nadie. Los treinta años parecen a la muchacha de veinticinco el final de todo lo agradable del mundo, aunque no es, ni con mucho, tan calamitoso como parece. A los veinticinco años las muchachas comienzan a hablar de quedarse solteras, aunque secreta-mente resuelven que eso no sucederá; a los treinta ya no hablan del asunto, sino que aceptan el hecho con toda tranquilidad, y si son sensatas se consuelan pensando que todavía les quedan veinte años más en que pueden ser útiles y aun felices si saben aprender a envejecer con gracia y decoro. No os riáis nunca de las solteronas, chicas queridas, pues a menudo hay romances muy tiernos —o trágicos— escondidos en aquellos corazones. Aun las pobres solteronas tristes y agriadas deben ser tratadas con bondad, precisamente porque a ellas les faltó la parte más dulce de la vida de una mujer.
+ La tierra no tiene tristeza que el cielo no pueda curar...
+ Los pobres de solemnidad siempre son ayudados, pero los pobres vergonzantes la pasan mal porque se resisten a pedir y la gente no se anima a ofrecerles nada por miedo de ofenderlos, pero hay mil maneras de ayudarlos si uno sabe cómo hacerlo en forma delicada. No es inteligente dejar legados cuando uno se muere sino utilizar el dinero con prudencia mientras uno está vivo y disfrutar la satisfacción de hacer felices con él a otras personas.
+ Los paseantes los creyeron un par de chiflados, pues ambos se olvidaron completamente del ómnibus y siguieron caminando con toda calma, olvidados de la oscuridad que se acentuada y de la niebla que los iba envolviendo. Poco se les importaba lo que los demás pensaran, pues disfrutaban de esa hora feliz que rara vez le llega a nadie más de una vez en la vida, ese momento mágico que otorga la juventud al viejo, belleza al feo, riqueza al pobre y anticipa a los corazones humanos un estado precelestial. El profesor parecía haber conquistado un reino y el mundo ya no tenía nada que ofrecerle en cuanto a bienaventuranza, mientras que Jo, penosamente a su lado, tenía la seguridad de que aquel había sido siempre su sitio y se preguntaba de qué modo podría nunca haber escogido otro destino.
+ «Tiene una pena, se siente sola, encontraría consuelo en un cariño verdadero y yo tengo un corazón lleno de amor para ella».
Iré a decirle: «Si esto es poca cosa para dar, a cambio de lo que espero recibir, tómalo, en nombre de Dios».
+ Pues yo me alegro mucho de que seas pobre, no podría soportar a un marido rico —dijo Jo, decidida, añadiendo más bajo—: no le temo a la pobreza, la he conocido demasiado tiempo para encontrar alegría en trabajar para aquellos a quienes amo. Y ¡no te llames viejo! Cuarenta años es la plenitud de la vida y no podría menos que quererte aunque tuvieses setenta.
+ —Ah, Jo querida, me das tanto valor y esperanza y yo no tengo nada que darte en cambio, más que un corazón pleno y estas manos vacías —dijo, entonces completamente vencido por la emoción.
Jo no aprendería nunca a portarse con corrección, pues cuando su Fritz dijo eso ahí parado en los escalones de entrada, ella puso ambas manos en las de él, murmurándole tiernamente: «Ahora no están vacías», y se inclinó para besarlo bajo el paraguas.
+ —Estoy convencida de que las familias son las cosas más bellas del mundo —estalló Jo—. Cuando tenga la mía propia espero que ella sea tan feliz como las tres que conozco y que más quiero. Si Juan y mi Fritz estuviesen aquí esto sería el cielo en la tierra —añadió.
+ Conmovida profundamente, la señora de March sólo pudo extender los brazos como para abarcar a todos, hijos y nietos, en un mismo abrazo, diciendo con voz llena de maternal gratitud y humildad:
—¡Oh, hijas mías, por más largo tiempo que vivan, no podré desearles mayor felicidad que la del presente día!

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