lunes, 7 de abril de 2014

Libro 20. Isabel la reina: El tiempo de la siembra. Ángeles de Irrisarri.


sinopsis:
Isabel, la reina II: Nadie duda de que Isabel la Católica ha sido una de las figuras más poderosas de su tiempo. Una reina que extendió las fronteras de España hasta los límites extremos de la tierra. Una soberana capaz de imponer su voz en un mundo de hombres. Todos conocemos a la reina, pero no a la mujer, a la gran dama que se esconde tras ese semblante austero. A esa persona capaz de albergar los sentimientos más divinos y las pasiones más terrenales. En El tiempo de la siembra continúa la hermosa historia de Isabel, que ya empezó con Las hijas de la luna roja. Historia e imaginación andan de la mano para contarnos la vida de una mujer... de armas tomar. En este segundo tomo de la trilogía, de Isabel la Católica y de las tres doncellas que nacieron con ella un hermosa tarde de abril de 1451, asistiremos a la coronación de Isabel y Fernando en Segovia, pero también disfrutaremos de las aventuras sentimentales de Juan y Leonor, las dos gemelas nacidas en Ávila, sin olvidar a la entrañable Mari de Abando, una hechicera sabia y buena conocedora del alma humana.
El segundo de la saga de está reina española! me gustó bastante, me gusta como se entrelaza la historia con las de las condesas mancas y la otra chica bruja… y para confesarles la verdad es que lo que mas me ha mantenido pegada al libro es la curiosidad de saber que las liga a ellas y hasta donde va a llegar sus vidas paralelas, me entretuvo bastante al leer sobre algunos remedios que se usaban en la antigüedad.
El libro esta bueno a secas, esta pequeñito y tiene varias referencias históricas así es que algo se aprende…
cuotes:
+ E se juntaron las gentes de los grandes linajes e decidieron servir, los más, a don Fernando. A don Fernando, en primer lugar, puesto que era varón, y servirle a él llevaba implícito obligarse con su esposa con el mismo celo o más si cabe, pero como esposa, nunca como reina propietaria, aunque lo fuera por nacimiento. En razón de que las mujeres no pueden reinar y deben ceder sus derechos a los maridos, pues por su natura femenina son volubles e inconstantes y las más de las veces lo enredan todo. A más, que tienen hijos y no pueden mandar los ejércitos ni hacer la guerra.
+ Las cuatro vinimos al mundo el veintidós de abril de mil cuatrocientos cincuenta y uno, pero ¿a qué hora nacisteis, señoras? —preguntó María, dejando la porfía que hubiera podido entablar con la marquesa.
—Yo, después de mediodía —dijo la reina.
—Nosotras también —hablaron las marquesas.
—Yo también —añadió María—. Sepan sus señorías que la luna llena de abril lucía espléndida, roja, roja, e que yo y, de consecuente, sus mercedes, nacimos bajo una luna que trae felicidades...
—¡Vaya felicidades que trae esa luna; mi hermana y yo vinimos mancas! —terció Juana con tristeza en la voz.
—A vuesas mercedes les comió un perro las manos, ¿no es eso lo que se dice?
—¡Es falso! Allí había mil criadas que no hubieran dejado acercarse a un perro al lecho de nuestra madre, ni menos que fuera dañino o desconocido... —explicó Leonor.
—Pues entraría alguno en un descuido dellas, hambriento además... ¿No trajisteis sangre en los brazos? —sostenía María de Abando con vehemencia. Pero las otras negaban con la cabeza:
—En el vientre de su madre no pudo sucederles nada a estas damas. Lo más posible es que se distrajeran las sirvientas y que, una vez nacidas, las hiriera un animal o un hombre, algún malvado, pues que dices que traían sangre fresca en el brazo —sostenía la reina.
—Oh, alteza, yo he visto nacer monstruos... Una niña con dos cabezas... Dos niños juntos imposibles de separar... —mentía María quizá para darse importancia, aunque oír lo había oído.
—Oye, ¿eres bruja? —preguntó la soberana a María.
—Yo, señora, hago ensalmos para sanar las imaginaciones que produce la mente, curo heridas de sangre, alivio enfermedades, cato en agua clara, vendo alegrías y amores, pero magias no hago, no.
—¿E cómo sabes lo de la luna roja de abril?
—Porque mirando el cielo en abril se ve la luna, alteza, espléndida, mucho más grande y luciente que en otras épocas del año...
—¿E los hijos de la luna roja de abril son bienaventurados?
—¡Sí, señora!
—¡Eres una embaucadora, María! ¿Cómo nosotras somos bienaventuradas?
—Lo sois. ¿No os han criado unas sirvientas que os han guardado de todo mal y que os quieren como a sus hijas? E cuando erais púberes, ¿no tornó de Italia vuestra señora abuela para encarrilaros la vida? A pesar de vuestra orfandad, ¿no habéis mantenido vuestros títulos de nobleza y dineros? ¿Vuestra manquedad os impide ir por el mundo con la cabeza bien alta? ¿Habéis pasado hambre alguna vez? ¿No? Pues sois muy afortunadas, señoras...
—E yo, María, ¿soy afortunada? —demandó la reina.
—Mucho, alteza, mucho... ¿Qué hombre o mujer daba una higa, y perdonad, porque vos ocupaseis el trono? Sois reina de Castilla y Aragón...Tenéis dos hijos, un marido que os ama y os respeta y un pueblo que rompe en vítores a vuestro paso...
—¡Es cierto lo que dice María! —sostuvo con viveza la soberana, y las marquesas se guardaron de contradecir tal aseveración.

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