No estoy segura de la razón
por la que este libro llego a mis manos, pero después de ver varias
recomendaciones decidí leerlo.
Es una especie de ensayo
que habla sobre que es una pareja, como se conforma, como empiezan las
fricciones y finalmente las implicaciones psicológicas y sociales de una separación.
Sentí que es un poco
técnico pero encontré muchas palabras llenas de razón, no tengo mucho que decir
al respecto, mejor que el libro hable por si mismo…
Cuotes:
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Al abordar
las vicisitudes de la pareja, es importante que reconozcamos la imparable
evolución del ser humano, desechemos el concepto simple y absolutista del bueno
y el malo y aceptemos la inevitabilidad del conflicto. Con sus pasiones, sus
ideales, sus responsabilidades y sus opciones, la relación de pareja pone a
prueba hasta el límite la capacidad de entrega, compromiso, adaptación y disciplina
del hombre y la mujer de nuestro tiempo.
·
Según un
grupo de profesionales, cualquier restricción de la presencia materna durante
la infancia crea un estado siniestro de carencia en los hijos, y les provoca
temores y sentimientos profundos de inseguridad y de abandono. Para estos
profesionales, los primeros años de la vida son la única oportunidad que tiene
el niño para recibir la indispensable protección de todos los peligros, abusos
y libertinajes el medio cultural que le rodea. Por eso, la idea de la guardería
y sus posibles efectos en las criaturas ha sido durante mucho tiempo el
detonante que hace estallar todos los miedos y fantasías sobre el papel de la
madre. Pero estudios empíricos recientes coinciden en que los pequeños que se
crían con madres que trabajan fuera de la casa crecen con completa normalidad,
siempre que sean deseados por sus padres, que estén bien atendidos por terceras
personas y que estos cuidados, incluso en guarderías, sean responsables y no
exentos de cariño. La evidencia demuestra que la gran mayoría de los bebés y
niños pequeños pueden, sin dificultad, crear lazos con otras personas e
incorporar nuevas relaciones a su repertorio emocional
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En cierto
sentido, los mitos y las expectativas de nuestra cultura han colocado al padre
ante una trampa insalvable: para que el hombre sea considerado «un buen padre»
tiene, ante todo, que satisfacer su función de proveedor, lo que le obliga a
pasar la mayor parte del tiempo fuera de la casa. Pero, al mismo tiempo, su
ausencia del hogar tiende a producir en los niños problemas de carencia
afectiva, confusión de identidad e inseguridad. Sin embargo, cada día hay más
padres que sinceramente optan por un papel más activo y más tangible en la
familia y sienten que, si fueran libres de escoger entre su ocupación
profesional o dedicarse al hogar, elegirían lo último.
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El encuentro
de dos personas es como el contacto entre dos sustancias químicas: si se
produce una reacción, las dos se transforman
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Algunas
parejas todavía usan los elementos tradicionales del mito de amor romántico
perfecto e inagotable para describir sus relaciones, pero cada vez más estos
conceptos están siendo reemplazados por loscotidianos esfuerzos que se
consideran necesarios para mantener una buena unión. La pareja feliz de nuestro
tiempo se considera no solo compañeros, sino además íntimos amigos y excelentes
cónyuges sexuales. Aspira a una relación imbuida de un cierto feminismo y de
otras cualidades saludables y sensitivas que incluyen la participación de la
mujer en el mundo laboral, un menor número de hijos, y la colaboración activa
del hombre con afectividad y cariño en el cuidado y educación de los niños.
Hoy, las parejas insisten en que cada día hay que «trabajar» en la relación.
Pero, más importante aún, sostienen que un amplio abanico de virtudes
—honestidad, generosidad, deseo de mejorar, energía, entusiasmo y fuerza de
voluntad para mantener el compromiso— son necesarias para preservar un
emparejamiento feliz
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La unión de
amor entre dos personas está siempre en proceso dinámico de cambio y a través
del tiempo adopta formas diferentes, dependiendo de los motivos que les haya
llevado a unirse, la personalidad de cada uno, las circunstancias del momento y
la evolución de la relación. En las primeras etapas, casi todas las parejas viven
intensamente el amor romántico, la forma más turbulenta de la unión pasional.
Con el paso del tiempo suele predominar el cariño, el afecto, la dependencia
mutua y la amistad, a medida que las emociones intensas que acompañan al
enamoramiento se van apagando y la pareja desarrolla y refuerza los lazos de
ternura, el apego, la confianza, la seguridad, los intereses mutuos y la
lealtad. No obstante, en otras relaciones el énfasis es la intensidad sexual
basada en la atracción física, o ciertos atributos o conveniencias, como el
poder económico o el status social, que sirven para ensalzar la autoestima de
las personas. Tampoco hay que olvidar que también se encuentran relaciones
basadas en la satisfacción neurótica o compulsiva de la necesidad de
dependencia, en el ansia de dominio sobre la pareja, o en el miedo a la soledad.
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Al principio
casi todos los enamorados crean una ilusión de armonía y reciprocidad
perfectas. Parte de lo que se dan el uno al otro es un empacho de ternura,
admiración, comprensión, apoyo y aceptación mutua incondicional. Valoran sin
cuestionar las necesidades, los sentimientos y deseos del otro, considerándolos
esenciales para el mundo que comparten, y en ningún momento inconvenientes,
irrelevantes o irritantes. En estas uniones románticas los enamorados sienten
que han trascendido cualquier deseo unilateral de gratificación, que ambos
están perfectamente compenetrados, que lo único que necesitan es simplemente
ser espontáneos el uno con el otro.
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La
psicoanalista neoyorquina Ethel S. Person, en un estudio reciente sobre las
relaciones amorosas, explica que un ingrediente indispensable del amor de
pareja es el sentimiento de ser los primeros para otra persona. La verdad es
que, con excepción de algunos breves momentos durante la infancia, raramente
somos los primeros para nadie. A menudo nos damos cuenta de que las amistades,
sean lo sinceras y profundas que sean, no llegan a ofrecernos el lugar
exclusivo y prioritario que anhelamos. Sin embargo, el amor romántico restaura
en nosotros este estado preferencial inigualable de exclusividad, de prioridad,
de dicha intensa. Sentirnos la persona más importante en la vida de otro ser es
uno de los factores esenciales que integran la unión de pareja, una de las
premisas fundamentales que define el amor pasional
·
Muchos amores
se desvanecen inevitablemente, se convierten en pura desdicha. Terminan en
dolor para el rechazado y sentimiento de culpa para el que rechaza. En
ocasiones el resultado es más penoso, porque el ansia de unión puede
transformarse en obsesión por mantener un amor no correspondido, aunque la
relación sea atormentante y mutuamente destructiva. Cuando el amor fracasa sin
remedio, se desfigura y se convierte en la imagen inversa del enamoramiento. Es
realmente sorprendente la intensa aversión o el asco que muchas parejas rotas
sienten el uno por el otro. Quizá el destino más lamentable de una pareja
ocurre cuando los sentimientos amorosos desaparecen, pero los ayer enamorados
permanecen juntos, y sufren día tras día en silencio, atrapados, prisioneros de
una relación vacía o fingida para salvar las apariencias
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¿Pero cómo se
explica ese salto, esa transición de la pasión, la exuberancia, la
reciprocidad, la idealización y la esperanza que experimentan los nuevos
enamorados, a la resignación, el vacío, el aburrimiento, la enemistad, la
desesperación o al tormento que abruman a las parejas desencantadas? El amor se
destruye por diversas circunstancias. Por ejemplo, por un cambio en el
equilibrio de poder en la pareja —con frecuencia más tenue de lo que cualquiera
de los dos imagina—. También por continuas decepciones que dan lugar al
desencanto y la frustración; por la pérdida de la armonía o el desgaste de la
atracción mutua, o bien porque uno o ambos se sienten constantemente
criticados, denigrados o heridos por el resentimiento recíproco, la envidia o
los celos. A veces parece que la pareja ha agotado su capital emocional al no
haberlo recargado con la energía de una vida sexual estimulante, con la fuerza de
la confianza o con la intimidad placentera
·
La ruptura de
la pareja es una de las experiencias más traumáticas, amargas y penosas que
pueden sufrir los seres humanos. La decisión de romper, separarse o
divorciarse, aparte de sus implicaciones sociales, económicas y, para muchos,
incluso religiosas, es un proceso personal extremadamente doloroso. Creo que es
precisamente este dolor la razón principal por la que se ha escrito tan poco
sobre el trance de la pareja que se desgarra. Quienes no se han separado, tal
vez no desean que se les advierta de que lo que sucede a otros también puede
ocurrirles a ellos, y para quienes han atravesado este túnel de agonía, revivir
el pasado puede ser tan angustioso que prefieren olvidarlo por completo
·
Hay parejas
que cuando ven que se aproxima lo inevitable intentan detener el proceso, usan
todo tipo de fórmulas de convivencia para minimizar los enfrentamientos. Se
tratan con un exceso de cortesía, duermen en camas separadas o en habitaciones
distintas, corren de acá para allá, van a fiestas o visitan constantemente a
los amigos y, sobre todo, ocupan su tiempo cada uno por su lado, evitando a
toda costa estar los dos a solas. No es infrecuente que hasta tomen vacaciones
por separado para ver si las cosas se enfrían y las aguas turbulentas vuelven a
su cauce.
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Durante un
tiempo, casi todas estas parejas quieren en el fondo que la relación siga
adelante. Después de todo, la ruptura implica un grave fracaso personal, pero
además son muchas las razones sentimentales y prácticas para tratar de
continuar viviendo juntos: el bien de los hijos, la dependencia mutua, las
obligaciones sociales, el temor a quedarse solos, el miedo a lo desconocido, la
inseguridad económica, el recelo al qué dirán, la resistencia a defraudar a los
padres o, simplemente, el deseo de mantenerse fieles a los votos del
matrimonio.
·
Hay parejas
que durante una tregua pasajera de reconciliación deciden impulsivamente tener
un hijo. Aunque un hijo puede que retrase el desenlace final por algún tiempo,
bajo las condiciones precarias de un matrimonio que se hunde, no es más que un
recurso fútil y peligroso que ignora las necesidades fundamentales de seguridad
y de cariño estable de la criatura y complica enormemente las vicisitudes de la
separación. Los hijos, en definitiva, ni mantienen ni amparan a un matrimonio
que está en la crisis final. Por el contrario, suponen grandes
responsabilidades y exigen cariño, dedicación y energía. Estos requisitos no se
pueden satisfacer dentro del entorno inestable y conflictivo de una pareja
desgraciada
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Entre los
nuevos separados, las sorpresas, las situaciones novedosas y los sentimientos
inesperados no tienen fin. ¿Quién les iba a decir, por ejemplo, que la soledad
sería tan dura como la compañía del cónyuge, por muy hostil o despegada que
esta fuera? La parte que se queda con los hijos sufre este mismo sentimiento de
aislamiento porque, en el fondo, la soledad está dentro de ellos mismos. Es
darse cuenta de que la relación se acabó, de que el compañero se fue para no
volver. Es sentirse desposeídos y desconectados del mundo, de ese mundo que
conocían y al que pertenecían.
·
Por fin,
llega el día que quienes han decidido romper no tienen más remedio que
comunicárselo a los demás. Sin embargo, nadie ha prescrito ni definido la forma
socialmente aceptable de hacerlo, por lo que la mayoría de las parejas se
encuentran en una situación incierta, análoga a la de tener que comunicar a
otra persona una terrible noticia, como la muerte de un amigo. Al recibir la
nueva, la gente reacciona con sorpresa, con preocupación y, no pocas veces,
también con curiosidad. Para quien lo cuenta resulta una tarea difícil, un
tanto vergonzante y, desde luego, incómoda. Ante estas circunstancias se
intenta agotar las explicaciones, las excusas, repartir la culpa y, sobre todo,
buscar comprensión y apoyo.
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Existen
parejas que intentan de hecho la reconciliación, para a los pocos días o
semanas convencerse finalmente de que tales proyectos de reparación no son más
que una nueva prueba de que la vieja relación no tiene cura. En ciertos
estudios se ofrece una cifra de hasta un 50 por 100 de parejas divorciadas que
en algún momento piensan seriamente en la posibilidad de reconciliarse. Por lo
general, la tentativa es breve y no dura más que escasos días. En la mayoría,
los sentimientos positivos residuales languidecen durante los primeros meses
que siguen a la separación oficial. Las razones son evidentes: el irremediable
rencor, las complicaciones legales y, sobre todo, el dolor inherente a la
ruptura. En otros casos la desaparición de las cenizas de añoranza es también
el resultado de la nueva vida o del establecimiento de nuevas relaciones. En
definitiva, el sufrimiento que implica el proceso de ruptura en la pareja
cumple siempre un objetivo: ayudar a cortar las ataduras de la vieja unión
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El
resentimiento entre los divorciados suele tardar años en desaparecer. Se ha
dicho que, con excepción de unas pocas que se odian profundamente para siempre,
la mayoría de las parejas rotas estarían dispuestas a ayudarse en caso de
emergencia. La verdad es que, después de un tiempo, casi todas logran
reconstruir sus vidas independientes y satisfacer sus necesidades emocionales a
través de nuevas relaciones. Al mismo tiempo, van perdiendo el deseo de
participar en la vida de sus ex cónyuges y llegan a conseguir un
distanciamiento, a medida que el fuego del odio se debilita, dejando quizá solo
unas cenizas remanentes de rencor. Finalmente, llega el día en el que quienes
logran llenar el vacío que dejó la ruptura no miran más a sus antiguos compañeros,
ni como amigos ni como enemigos, reconfiguran su existencia con otras uniones
genuinas y afectivas y se sienten de nuevo gratificados por la vida
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La respuesta
de la familia de la pareja que se rompe varía mucho, según la composición o el
modelo de hogar, la naturaleza de las relaciones entre sus miembros y los
valores culturales y sociales del momento. Pero, en cualquiera de los casos,
los padres, hermanos y demás parientes cercanos juegan un papel importante en
el proceso de la ruptura. La suposición de que cuando uno se ata emocionalmente
lo hace con la persona y no con la familia de esta es literalmente cierta, pero
a la hora de producirse la separación muchas veces deja de serlo
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No hay duda
de que los padres siempre desean que sus hijos sean felices, pero ante estas
razones imprecisas o abstractas algunos no pueden evitar preguntarse: ¿cómo es
que mi hijo es capaz de romper el hogar simplemente por diferencias de
carácter, o para realizarse y ser más feliz? Para muchos padres estas razones
son frívolas, egoístas y representan falta de madurez, de disciplina y de
sentido de la responsabilidad. Por otra parte, los padres con hijos que se
separan deberán adaptarse a otros cambios, incluyendo los que se producen en
las relaciones con la familia política, porque con la ruptura las reglas
cambian, lo que suele implicar angustia y desconcierto
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Por fuerte
que sea el dolor, se hace más sufrible cuando uno está convencido de que
sobrevivirá la enfermedad que lo causó y que con el tiempo se curará. La peor
calamidad se vuelve tolerable si uno cree que el final está al alcance de la
vista. La peor agonía se mitiga tan pronto como uno cree que el estado de
angustia es reversible y cambiará. Solo la muerte es absoluta, irreversible,
final; primero que nada la nuestra, pero igualmente la de otros
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La gran
mayoría de las parejas que rompen superan con éxito esta última etapa de volver
a empezar y de reintegración en la nueva vida social. Después de un período de
tiempo, lucha y esfuerzo, establecen relaciones nuevas, auténticas y
gratificantes. Esto no nos debe sorprender, porque los seres humanos somos las
criaturas vivientes con mayor capacidad de adaptación
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La
incompatibilidad de la pareja siempre da lugar a la desdicha de quienes la
integran y genera temor, ansiedad, resentimiento y hastío. Al principio, la
pareja trata de protegerse de tales sentimientos dolorosos utilizando
mecanismos psicológicos de defensa que se reflejan en todo tipo de
justificaciones, pretextos, disculpas, negaciones, sublimaciones o incluso
distracciones a través de síntomas físicos o de hipocondría. Mientras dura su
efectividad, estas defensas representan formas relativamente económicas de
lidiar con una relación infeliz. Pero tarde o temprano, quienes ignoran o se
resignan a una unión conflictiva y desgraciada sin solución terminan pagando un
precio muy alto por sus defensas: la alienación, la amargura, la apatía y, en
definitiva, la desmoralización y la infelicidad
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A la postre,
las parejas rotas, a pesar de la tragedia humana que representan, no significan
la muerte del amor ni del hogar, sino su renacimiento. Reflejan cambio, pero
también continuidad. Un final y también un principio. La caída de ideales
frustrados y el surgimiento de una nueva ilusión. Porque la necesidad de
relación es una fuerza instintiva y vital insaciable en el ser humano
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